martes, 20 de mayo de 2014

El CHOPO era una fiesta.

CUANDO IR AL CINE ERA UNA FIESTA.
Llegabas al CHOPO a las diez de la mañana y te encontrabas a los que traían los discos de rock progresivo, directamente de Japón, España, Londres, Alemania. También estarían, más al rato, los Hermanos Pantoja, David Cortés, el periodista Xavos Quirarte, Rafael Acosta, los amigos de Oxomaxoma, Lalo Martínez, Abraham Villanueva, Francisco Marín, Raúl Miranda, Juantxo Sillero con todo el rock español habido y por haber; Federico Arana, Blas Barbosa y la tropa de freejazzeros, Labastida, Neto´s Blues Band, el cantante de Los Belmonts, Barragán. Jorge Reyes (q.e.p.d.), Pepe Návar, Walter Schmidt, Jorge Grajales, los niños catedráticos aún de pantalón corto Rogelio y Mauricio Matamoros, Carlos Alvarado, Lino Moreno, Ramón, Abraham Ríos, Carlos Martínez, Arturo Saucedo y tutti quanti, con toda su erudición sus tapes, revistas de rock, cine, y sus acetatos, ya estaban prestos a intercambiar bienes invaluables. Jorge Techoro, Yeyo, Garnica, Aurelio, Chepe, Mario Ríos, Gerardo Trejo, con algunos miles de vinilos de todo el rock existente en acetatos, vía aérea o terrestre, desde Gringolandia.
I was the secret king of the videofilms, llevaba aquello que no conocíamos en la Ciudad porque no se exhibía. Infaltables, los amigos de los libros que forjaron mi biblioteca: Abraham, Joel, Peter, los Migueles, Salinas, Uvillado, Barón: en francés, en inglés, italiano y también los bellos libros de Siruela, Taurus, Grijalbo, Cátedra, Pre-textos, Anagrama, Seix y Barral. La mañanas y las tardes eran de pláticas, discusiones e intercambios. Todos éramos cuasi-alcohólicos podíamos tomar en la calle, yo llevaba Old Par y cuando me descuidaba la botella era un cadáver triste y mudo. Al caer la tarde, íbamos a la comida china de preferencia; luego al cine, eso era la joya de la corona. Al salir, rematábamos en el Café La Habana por supuesto; revisábamos el diario La jornada y nos presumíamos mutuamente nuestro botín de libros, vídeos, acetatos y tapes. Hablábamos de cine, música, política, filosofía pesada, literatura y todos los chismarajos del clan chopero. Ya muy tarde, se trasnochaba en la casa de alguno de nosotros, escuchando rock italiano, inglés, español, francés, alemán, nacional, gringo, rock en oposición, free jazz, jazz estándar, folk inglés, soundtracks. El tiempo terrible nos disolvió: todos son ya, respetables padres de familia, con el cabello corto y espantosa ropa deportiva fashion, trocaron nuestro color negro y pelo largo por esos infames trapos de la globalidad; ahora hombres empresarios ocupadísimos.
Los acetatos, los libros, los filmes persisten multiplicados e inabarcables. Pero lo que se extraña es que antes, comentar y discutir sobre libros, cine o música era una pasión desbordada y yo sigo en lo mismo pues la cultura es infinita. Me siento el último de la tribu, pero lo acepto: somos entes inscriptos en la temporalidad y un día me extinguiré. Además yo quiero morir en el Chopo, me incinerarán y una noche silente y muy oscura, que mis amigos esparzan mis cenizas en la calle de Aldama, en donde hasta el sábado anterior fui tan apoteósicamente feliz.
Aquí les envío un texto, que desde la perspectiva de lo que era el cine underground, narra un poco de los tesoros de aquella Arcadia…
Doy fe. Juan Heladio Ríos Ortega.

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