miércoles, 12 de marzo de 2014

La televisión ha muerto.

LA TELEVISIÓN YA HABÍA MUERTO.
Prendía la televisión y con un drink de Jack Daniels y un café, disfrutaba mi programa favorito. Hebdomadariamente, los sábados. Era para lo único que la utilizaba: para La Dichosa Palabra. Todo lo demás, twitter, Facebook, libros, cultura, documentales, fotos interesantes, intercambio epistolar, intimidad con mis amigos, conversaciones agradables, noticias instantáneas, acontecimientos cinematográficos musicales, literarios, cinematográficos, todo me lo da la Red: ella es mi esclava y es mi felicidad. Amo al delirio los libros impresos pero leo muchos, muchísimos en formato electrónico otros. Red mediante, compro objetos, me informo, y divierto; me da todo lo que necesito, casi el amor. Soy un Hakikomori mexicano como tantos. La televisión ha muerto, pero qué bueno: la mexicana es una basura infecta innecesaria, un verdadero atentado contra la cultura. No exagero: no hay nada original. (Los extraterrestres, antaño, nos visitaron buscando vida inteligente; al aterrizar, infortunadamente, lo primero, se toparon con la televisión mexicana y constataron: no iban a estar más en la tierra porque no había vida inteligente). Las series maravillosas que hoy por hoy pululan en el mundo, las puedo ver a la hora que quiera en la Red. Más bien, hoy me tengo que cuidar para no morir inundado de información, cultura, placer y amistades.
Prendo la televisión cuando voy a ver un filme, es todo.

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